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¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando nos enamoramos?

Emilio Vivallo-Ehijo

El amor es un sentimiento transversal a la experiencia humana, quien más quien menos tiene su idea de lo que significa y la importancia que tiene en su vida. Por eso, y aprovechando que el 14 de febrero se celebra San Valentín, también conocida como el Día de los Enamorados, le pedimos al Dr. Joaquín Mateu-Mollá, Doctor en Psicología y profesor e investigador de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia que nos explicara qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enamoramos. El resultado es el artículo que sigue, una exposición fascinante que arroja luz sobre por qué nos comportamos como nos comportamos cuando nos alcanzan las flechas de cupido.

 

El enamoramiento y el amor: dos conceptos afines pero diferenciados

El enamoramiento es un fenómeno universal. Desde los albores de nuestra curiosísima especie se ha erigido como uno de los grandes resortes de su historia, definiendo el destino de hombres y mujeres que caían atrapados en su aterciopelada red. En su nombre se han emprendido gestas asombrosas, se han declarado guerras y se han forjado periodos de paz duradera. Puede decirse sin ninguna duda que es una de las experiencias emocionales más hondas que pueda vivir un ser humano, un tsunami capaz de desmoronar la serenidad de cualquiera que se vea atrapado en su oleaje.

Las personas enamoradas experimentan un deseo intenso de cercanía respecto al otro y dedican un tiempo muy importante de cada día exclusivamente a pensar sobre él o ella. Con frecuencia tales pensamientos se inmiscuyen en el mundo de lo onírico, expresándose como sueños en los que se reproducen escenas anheladas íntimamente. No es extraño que, además, concurra una sucesión de distorsiones cognitivas en el modo en que se valora a la figura amada. De tal manera, por ejemplo, podría maximizarse todo lo positivo y minimizarse lo negativo, esculpiendo un ideal tan inalcanzable como irreal.

Es esencial, llegados a este punto, matizar una distinción semántica: el enamoramiento y el amor no son equiparables ni pueden entenderse como conceptos intercambiables. El enamoramiento es un fenómeno que se precipita en las primeras fases de una relación de pareja, y generalmente se extiende durante un tiempo relativamente breve (en proporción a la duración promedio del vínculo). Es en ese momento cuando se abre paso el amor, como una etapa de mayor estabilidad afectiva e intimidad, desplegándose en su seno los pilares fundamentales de cualquier proyecto compartido: la pasión, la intimidad y el compromiso.

En este texto abordaremos únicamente el fenómeno del enamoramiento, y más concretamente el modo en que este tiene su reflejo en nuestro cerebro y nuestros procesos cognitivos. Y es que en los últimos años se ha hecho evidente un interés notable por acercarnos a esta vivencia con los ojos de la Ciencia, para desentrañar sus misterios y comprender lo que antaño solo podía ser expresado desde el prisma del arte y la poesía.

 

¿Cómo se expresa el enamoramiento en nuestro cerebro?

El eco del enamoramiento sobre nuestro sistema nervioso central es amplio, y reviste una gran complejidad. Durante los últimos años se ha publicado un creciente volumen de literatura sobre este tópico de investigación, posibilitándose así una mayor comprensión sobre su impacto en el cerebro y su correspondiente reflejo en la conducta y la cognición. En esta sección abundaremos en el conocimiento disponible actualmente.

Existe amplia evidencia de que, ante la presencia de la persona amada (o incluso ante la sencilla visualización de una fotografía suya), se produce una activación del sistema nervioso simpático. El resultado es muy similar al que pudiera tener lugar durante un episodio agudo de ansiedad; y se manifiesta en midriasis pupilar (dilatación), aceleración del ritmo cardíaco, incremento en el peristaltismo intestinal, sudoración, temblor y aumento en el ratio de deglución de saliva. Junto a todo ello emergen señales fisiológicas muy fácilmente reconocibles (por ser “externalizantes”), como el rubor y la sensación de estremecimiento.

Paralelamente a esta activación fisiológica, que en ciertas condiciones podría considerarse como aversiva, se manifiesta un proceso que la dota de un matiz más positivo: la activación del sistema cerebral de recompensa. Se trata de una red de estructuras con extensas proyecciones hacia un abanico amplio de regiones corticales y subcorticales, esencial para la supervivencia de nuestra especie. Existen evidencias de que esta se activa ante estímulos apetitivos, generando un placer intenso mediado por la acción del neurotransmisor dopamina. De esta manera, las personas se sentirían impulsadas a buscar nuevamente el estímulo que proporcionaba la sensación, en este caso la persona amada. Tal mecanismo explicaría nítidamente por qué se evidencia el deseo (o anhelo) de mantener un contacto cercano con el otro, y que además sea sentido como excitante y profundamente agradable. ¡Incluso existen artículos que van más allá del placer, en los que se destaca que el enamoramiento reduce la experiencia subjetiva de dolor físico!

Además de estas regiones profundas de nuestro cerebro, evolutivamente muy antiguas, existen distintas zonas que también pueden verse comprometidas cuando estamos enamorados. La más destacable es la corteza prefrontal, que ha facilitado muchos de los logros cognitivos de nuestra especie, y que se alza como un elemento diferencial respecto al encéfalo de otros animales que pueblan la tierra. La corteza prefrontal serviría de sustento a las conocidas funciones ejecutivas; como la capacidad para inhibir los impulsos, planificar secuencias de acción dirigidas a objetivos personalmente relevantes o resolver problemas de la vida cotidiana. Pues bien… a lo largo del enamoramiento se aprecia una reducción significativa en su actividad, lo que explica algunas de las resonancias más llamativas de este sobre la conducta y la cognición.

Otro hallazgo interesante sobre el enamoramiento corresponde a la hipoactivación de la región parieto-temporo-occipital, un punto de convergencia de tres lóbulos cerebrales, y que tiene una enorme importancia para la calibración de la orientación del cuerpo respecto al espacio. Algunos autores postulan que tal “alteración” neurológica podría subyacer a la sensación de unidad que vincula a dos personas enamoradas, un proceso en el que se abre paso un “nosotros” formado por los espacios comunes y en el que la individualidad deberá bregar por mantenerse.

Más allá de las estructuras cerebrales, se ha observado cómo las hormonas tienen también una aportación esencial para esta experiencia. La testosterona es quizá la más interesante, pues hay evidencias de que sus niveles disminuirían en el caso particular de los varones y aumentarían en el de las mujeres. Esta danza coordinada facilitaría el acercamiento de ambas partes, al reducir los índices de extraversión en los hombres (focalizando su interés en una persona en particular) y exacerbarlo en las mujeres (agudizando su muy desarrollada orientación social). Estos cambios minimizan las diferencias entre las dos partes de la ecuación, facilitando que puedan confluir en un contexto propicio para el desarrollo de una relación muy duradera. Estas fluctuaciones a nivel hormonal también facilitarían los procesos de vinculación en las relaciones homosexuales, pues balancearían la tendencia al acercamiento (y a la exclusividad) tanto en uno como en otro sexo.

Por último, la oxitocina sería también una hormona con un papel clave, fundamentalmente para el fortalecimiento del vínculo cuando este se ha establecido. Su producción (núcleo supraóptico y paraventricular del hipotálamo) se estimula a partir del contacto físico, como las caricias o los abrazos, y resulta especialmente intensa en la efervescencia de una actividad sexual. Esta forma de comunicación no se limitaría por tanto a su componente meramente físico, sino que se haría extensible a las aristas afectivas asociadas a tal grado de intimidad, precipitando momentos que se describen como de extrema felicidad/éxtasis (y que están mediados por la química de nuestro cerebro).

El enamoramiento y los procesos cognitivos

Este apartado está directamente vinculado al anterior, puesto que la integridad de los procesos cognitivos se asocia directamente a la actividad del sistema nervioso central. Así pues, todos los cambios que aquí se describen tienen sus orígenes en las alteraciones funcionales previamente descritas, las cuales servirían como marco explicativo. Es importante reseñar que incluso existen autores que postulan los cambios cognitivos propios del enamoramiento como un síndrome que merecería ser considerado como un eventual trastorno mental, aunque obviamente no existen evidencias suficientes para ello (y supondría patologizar una vivencia que la enorme mayoría de personas han vivido o vivirán en algún momento de sus vidas).

Uno de los efectos cognitivos más habitualmente descritos en la literatura científica implica una dedicación masiva de tiempo para pensar en la otra persona, el cual puede llegar a extenderse al 85% del total que se permanece en un estado de vigilia. Este fenómeno convive con una clara distorsión en los procesos objetivos de valoración, que se ven condicionados por la presencia de sesgos de idealización hacia la figura del otro, que puede ser percibida como inalcanzable en los casos en que el interés no sea aparentemente correspondido. Esta alteración del razonamiento tiene su origen en la corteza prefrontal, y puede conducir al sujeto enamorado a un denodado esfuerzo por defender al amado, incluso cuando perpetra actos opuestos a sus principios y a sus valores nucleares. Pese a que en condiciones óptimas suele contribuir al sentimiento de unidad en una pareja, lo descrito también llegaría a ser nocivo en el contexto de relaciones abusivas en las que se arrastra un notorio desequilibrio de poder.

Las personas enamoradas también pueden tener dificultades en la inhibición conductual, de tal forma que parecen mucho más dispuestas a asumir riesgos en situaciones que entrañan una alta probabilidad de pérdidas. Esto puede entorpecer los procesos de toma de decisiones o solución de problemas, implicando al enamorado en actos impulsivos de los que podría arrepentirse con posterioridad, y que en la literatura romántica se han etiquetado como “arrebatos de amor”. Lo reseñado se complementa con otras evidencias, sugerentes de que las personas que atraviesan un estado de enamoramiento tienen mayores dificultades para reconocer los errores cometidos por sí mismas en la dinámica relacional, dificultando la puesta en marcha de soluciones rápidas y efectivas.

También se sabe que la atención y la memoria suelen mostrarse comprometidas en los casos de enamoramiento. A destacar la distraibilidad general que atenaza a quienes están enamorados, como resultado de los pensamientos recurrentes relativos a la otra persona, y que resultan muy identificables por cualquiera que haya conocido a alguien en esta situación (o la haya sentido en su propia piel). Pero esto no se detiene aquí… la literatura indica que nuestro foco de orientación atencional se proyecta con mayor facilidad hacia los estímulos relacionados con la persona hacia la que sentimos atracción, atenuándose para el resto de la información disponible en el entorno (considerada más irrelevante). En palabras muy sencillas: todo cuanto tiene que ver con el otro atrapa poderosamente nuestra atención, sustentándola con absoluta firmeza durante periodos prolongados. Como se aprecia, los intereses se encuentran claramente restringidos y se orientan hacia un sujeto que se considera especial.

Para finalizar, la memoria sería otro proceso cognitivo básico afectado por el enamoramiento. En este caso concreto se observa cómo la recuperación de información es más rápida y eficiente cuando esta tiene que ver con la persona de la que se está enamorado, quizá porque esta queda bruñida de un intenso componente emocional (especialmente por la asociación continuada de su presencia y de la activación del sistema cerebral de recompensa). Múltiples estudios señalan que en este caso la amígdala sería una estructura muy relevante, así como la ínsula y el núcleo estriado, al contribuir de forma decisiva al procesamiento de este tipo de información.

 

Conclusiones generales

El enamoramiento sigue siendo un misterio para la ciencia. A medida que el tiempo transcurre, y se desarrollan técnicas cada vez más sofisticadas, empezamos a asomarnos al inmenso océano en el que habita. Y es que aunque apenas conocemos la superficie de la cuestión, atisbamos que sus profundidades esconden un mundo bullicioso, repleto de vida. Alcanzar su comprensión será clave en la aventura del autoconocimiento que sirve de inspiración a todo neurocientífico.

 

Puedes seguir al Dr. Joaquín Mateu-Mollá en Twitter en @DrJoaquinMateu

 

 

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Emilio Vivallo VIU
Emilio Vivallo-Ehijo

Equipo de Comunicación de la Universidad Internacional de Valencia.