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La traumática Post-Primavera Árabe

Equipo de Expertos en Jurídico

La Primavera Árabe no es más que la sombra del anhelo de una transformación social económica y política que quiso llevarse a cabo de forma masiva a través de protestas pacíficas en diversos países del mundo árabe.  Lo que en un principio supuso el cambio de diversos gobiernos en países como Túnez, Libia o Egipto ahora se presenta como una quimera.  Las demandas de la población ávida de democracia han quedado sometidas de nuevo a la voluntad de líderes autoritarios; sin obviar que en países como Siria, Libia o Yemen las revueltas de la Primavera Árabe se han traducido en conflictos que carecen, por ahora, de una solución próxima y en el que el número de muertos es alarmante.

La Primavera Árabe afectó de manera diferenciada a diversos países árabes del Norte de África. En Marruecos la figura del rey Mohamed VI no se resintió, las elecciones las ganó el PJD (Partido islamista de la Justicia y el Desarrollo), en palabras de Parejo Fernández (2015: 39):

El limitado alcance de la reforma constitucional se explica desde la variable posición (percepción de la misma y recursos estratégicos) en el sistema. Los partidos políticos de oposición institucional, siguiendo la lógica del consenso, han mostrado su domesticación con la naturaleza de las propuestas que presentaron a la Comisión Consultiva para la Reforma de la Constitución, aceptando la cultura política oficial dominante, normativamente informada. Estos actores políticos no han podido incidir decisivamente en la redefinición del pacto político. Ni antes, ni mucho menos ahora, se atreven a plantear abiertamente un debate sobre las reglas del juego, ni osan poner en cuestión el marco epistémico de la política.

En  las elecciones legislativas del 7 de octubre de 2016 el PJD consiguió ciento veinticinco diputados, de un total de trescientos noventa y cinco, a pesar de que debe pactar con otros partidos. Estas eran las segundas elecciones desde 2011, en las primeras legislativas obtuvieron 107 escaños. El islamismo moderado se hace eco en Marruecos a través del PJD, el país se ha mantenido estable sin sufrir un contagio de protestas similar al de otros países de la zona.

Argelia se ha mantenido inmune a las revueltas de la Primavera Árabe, lo más relevante fue el levantamiento del estado de emergencia que estaba vigente desde el año 1992. Abdelaziz Buteflika sigue siendo el presidente de la República de Argelia, a la espera de que concluya su mandato en 2019, ha tenido problemas de salud importantes, por ello comparece poco en público. La situación en el país es relativamente estable a pesar de la crisis económica, el desempleo y la inestabilidad política que evidencia la necesidad de un cambio.

El caso más prometedor a consecuencia de la Primavera Árabe es el de Túnez, desde que el régimen del presidente autoritario Zine el Abidine Ben ‘Alí se desplomara en 2011, la transición democrática ha pasado por el partido islamista moderado Ennahda, que ese mismo año ganó las elecciones, hasta el partido Nida Tunis del laico Essebsi, que gobierna desde noviembre de 2014. El partido Nida Tunis se encontraba con problemas internos de legitimidad desde que Beji Caid Essebsi abandonara el liderazgo del partido para ser presidente de Túnez, en el marco de unas elecciones presidenciales, desde entonces el conflicto interno del partido se debatía entre dos figuras políticas: la de Mohsen Marzouk, secretario general del partido desde mayo de 2015 y Hafedh Caid Essebsi, vicepresidente del partido e hijo de Beji Caid Essebsi (Y. Cherif, 2015 y Y. Ryan, 2015). Desde agosto de 2016 el Primer Ministro del país en Youssef Chaded que pertenece a Nida Tunis. El escenario político del país ha sido más democrático e inclusivo con partidos de distintas tendencias ideológicas, lo que ha llevado a la estabilidad política del país, tanto Nida Tunis como Ennahda mantienen el consenso político creado tras las elecciones de 2014.

Libia, por su parte, continúa enmarañada en una inestabilidad constante desde que cayera la Yamahiriya de Muamar al Gadafi como consecuencia de las revueltas que se habían contagiado de la de los países vecinos con el huracán de la Primavera Árabe. Gadafi era la cabeza del Estado libio desde que la revolución de 1969 destronara con un golpe de Estado al rey Idris I. El conflicto tomó un cariz diferente por su rápida internacionalización, sobre todo a raíz de la Resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas 1970 (2011), a la que seguirían otras hasta final del año 2011. La primera había tenido lugar por la represión violenta de las manifestaciones por parte del régimen, más tarde la resolución 1973 (2011) establecía una zona de exclusión aérea, el cumplimiento del embargo de armas y la congelación de activos de las autoridades libias designadas por el comité. Estas medidas amparaban la intervención militar en el país, así que se formó una coalición internacional dirigida por la OTAN, se encontraban a la cabeza de dicha coalición diversos países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, una totalidad de catorce de los veintiocho miembros (Arteaga, 2011), a la que se sumarían otros posteriormente, además de Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Jordania; estos últimos enviaron aviones para imponer la prohibición de vuelo, esta había sido solicitada por la Liga Árabe a las Naciones Unidas.

La Liga Árabe había suspendido la participación de Libia en la organización siendo admitida más tarde, una vez la Liga Árabe había reconocido al CNT (Consejo Nacional de Transición) como único gobierno legítimo formado por los opositores a Gadafi. Tanto la Unión Europea como la Asamblea General de Naciones Unidas también reconocieron a al CNT como legítimo. El CGN (Congreso General de la Nación) sustituyó al CNT como el órgano legislativo, hasta la elección definitiva por sufragio de la Cámara de Representantes de Libia en 2014. Que además fue declarada un tiempo más tarde inconstitucional e ilegal por la Corte Suprema Libia (Aljazeera, 2014).

No obstante, el CGN había tenido en su seno la escisión de algunas agrupaciones islamistas que no reconocían la legitimidad de este último. Desde que comenzara el levantamiento popular en 2011 año que fue testigo del la muerte de Gadafi, ajusticiado tras su captura, lo que el mundo presenció con diversos videos que se hicieron públicos, el caos reina en el país. No hay un control uniforme por parte de un gobierno legítimo de todo el territorio, existían dos partes, o podríamos decir, dos gobiernos enfrentados y cada uno contaba con sus respectivas milicias. Libia tenía a principios de año un gobierno sin legitimidad internacional en Trípoli, además de un ejecutivo reconocido por la comunidad internacional en Tobruk pero que no contaba con un poder real; sin olvidar la iniciativa llevada a cabo por Naciones Unidas, que disponía de un consejo presidencial desde hacía algunos meses para intentar la formación de un gobierno de unidad.

Tras el cese voluntario en sus funciones, el gobierno de Trípoli, cuyo líder ofreció una «resistencia pacífica» (Walsh, 2016) en abril de 2016, apoyó la nueva administración en la que la legitimidad recaía en el gobierno de Unidad nacional patrocinado por las Naciones Unidas, dirigido por al-Sarraj y el gobierno de Tobruk. El Gobierno de Acuerdo Nacional forma parte del Acuerdo Político Libio (APL) firmado en Sjirat en diciembre de 2015, dicho acuerdo fue firmado por los representantes de la Cámara de Representantes en Tobruk y el Congreso General Nacional en Típoli. Como comenta Gutiérrez de Terán Gómez-Benita (2016: 2):

Bajo los auspicios de las Naciones Unidas, incluía la formación de un Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN) compuesto por nueve miembros, propuestos a su vez por un Consejo Presidencial. Se estipulaba, además, la reunificación de los dos parlamentos rivales en una Cámara de Representantes, sin especificar en qué ciudad, y sobre la base de las elecciones celebradas en junio de 2014.

A día de hoy Libia continúa siendo un Estado fallido con una inestabilidad económica y política ostensible. Continúan los detractores y los defensores del acuerdo político, que no se presenta como eficaz ni como un agente estabilizador, mientras las milicias y las distintas facciones políticas no se ponen de acuerdo, además de estar apadrinadas por distintos actores internacionales.

Otro país de la región que se aleja de toda realidad democrática es Egipto, a pesar de que las protestas en la plaza de Tahrir auguraban lo contrario. Las sendas manifestaciones que supusieron la caída del gobierno de Mubarak, tras treinta años en el poder, dieron paso a unas elecciones democráticas en las que el presidente electo fue el islamista Muhammad Mursi del Partido de la Libertad y la Justicia, fundado por los Hermanos Musulmanes. Las reformas que Mursi quiso llevar a cabo, como la ley para concentrar nuevos poderes que recaían en él como presidente, fueron el origen de protestas masivas que concluyeron con la caída del Gobierno en 2013. De este modo fue Mursi fue cesado con un golpe militar encabezado por Abdel Fatah el-Sisi en coalición con otras fuerzas políticas, que durante el gobierno de Mursi ejercía de Ministro de Defensa y de Producción Militar.

En junio de 2015 se condenaba a Mursi y a otros miembros de la Hermandad a la pena de muerte, aunque no se ha hecho efectiva dicha sentencia ya que desde noviembre de 2016 la corte de casación egipcia anuló la condena a la pena de muerte. No obstante, todos los acusados ya habían sido condenados a largas penas de cárcel. Las elecciones presidenciales de 2014 encumbraron a el-Sisi como presidente de Egipto, dirige el país como mano férrea aplastando cualquier tipo de disidencia política y mostrando públicamente su apoyo por la intervención militar rusa en Siria.

Entre los países árabes de Norte de África y los países árabes de Oriente Próximo[1] la diferencia más notable en el plano político desde que empezó la Primavera Árabe es la tensión confesional entre las comunidades musulmanes chiíes y suníes. De este modo, en el norte de África el enfrentamiento entre suníes y chiíes se vive de manera diferenciada por el bajo porcentaje de población chií, al contrario de lo que pasa en Oriente Próximo en países como el Líbano, Yemen y Bahréin. Arabia Saudí, Kuwait, los Emiratos Árabes y Qatar tienen población chií pero es minoritaria. Los grandes padrinos ideológicos de la zona serían Arabia Saudí como valedora de los intereses de los suníes, e Irán defensor de sus intereses y de la comunidad chií en la región (Jalloul, 2016).

Algunos países de la región se han resentido menos, es el caso de Jordania, donde el rey Abdalá cesó al primer ministro para nombrar a otro posteriormente tras la tempestad de la Primavera Árabe, convocándose elecciones parlamentarias; empero, los cambios políticos no fueron muy notables, el monarca, al igual que lo que sucede en el caso de Marruecos, sigue reteniendo prerrogativas importantes. Las elecciones parlamentarias del 20 de septiembre de 2016, las segundas desde que comenzara la Primavera Árabe, tuvieron en cuenta la nueva ley electoral del mismo año basada en la representación proporcional. El Frente de Acción Islámico (FAI), brazo político de los Hermanos Musulmanes, a pesar de haber boicoteado las dos últimas elecciones, participó dentro de una coalición llamada la Alianza Nacional para la Reforma, en  esta última se encontraban candidatos no islamistas y cristianos.

No mucho ha cambiado después de las elecciones, aunque se haya conseguido un parlamento con más oposición y con más mujeres de las que tiene en cuenta el sistema de cuotas, el rey sigue concentrando mucho poder manteniendo su legitimidad. A esto hay que sumar que el nuevo Parlamento además de encontrarse muy dividido refleja el peso de facciones tribales.

En Kuwait la Primavera Árabe se reflejó en el enfrentamiento del bloque de la oposición en la asamblea nacional y el Gobierno del primer ministro, que acabó renunciando tras diversas manifestaciones. Las últimas elecciones parlamentarias del 26 de noviembre de 2016 han sido favorables a los grupos de la oposición que obtuvieron casi la mitad de los 50 escaños parlamentarios (Weiner 2016).

En Bahréin hubo protestas significativas en la Plaza de la Perla, situada en Manama, sobre todo por parte de los chiíes contra el gobierno de minoría suní, las manifestaciones se sofocaron con la ayuda de las tropas saudíes, Arabia Saudí se erigía como miembro principal del Consejo de Cooperación del Golfo[2] a favor de la monarquía imperante.

Los casos más complicados son los que afectan en la actualidad a Siria y Yemen con dos guerras cruentas cuyo final no se vislumbra en el horizonte. En Yemen las protestas provocaron la caída del presidente Ali Abdallah Saleh, que es apoyado por los huzís[3], leales del ejército y algunas milicias tribales, a pesar de que desde el año 2012 Abd Rabbuh Mansur Hadi se hiciera con la presidencia y tuviera que huir un tiempo después a Aden, cuando los huzís se hicieron con la capital Saná en septiembre de 2014. Los huzís son de confesión chií zaidí, están apoyados por Irán y tienen gran influencia en el país, por su parte el gobierno de Hadi es secundado por la comunidad internacional y por Arabia Saudí, país que intervino militarmente en Yemen liderando una coalición junto con los Emiratos Árabes Unidos, entre otros. Aunque parece ser que desde junio de 2016 Emiratos Árabes consideraba que ya no participaría en la contienda pero seguirá en la coalición (A. Espinosa, 2016). Además de los enfrentamientos entre los huzís y las fuerzas que apoyan a Hadi, tampoco hay que olvidarse de los ataques de agrupaciones islamistas radicales-violententas-yihadistas en la zona como los de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) y los ocasionados por el Estado Islámico (EI). El conflicto no tiene visos de una solución factible, Yemen funciona al igual que Siria como un espacio geográfico en el que las potencias más fuertes se enfrentan por sus intereses políticos e ideológicos lo que se refleja en la pugna entre los suníes respaldados por Arabia Saudi y los huzís chiíes amparados por Irán.

Irán[4] se presenta como el catalizador principal de la causa chií en la región, patrocina ideológica, económica y militarmente los conflictos sectarios que favorecen a su comunidad religiosa en la zona, de esta manera apoya al gobierno mayoritario en Iraq que es de confesión chií tras la caída del régimen de Sadam Hussein, en menoscabo de la comunidad suní. Irán también respalda a los huzís en Yemen, al partido chií de Hezbolá (Partido de Dios) en el Líbano y enérgicamente defiende la perpetuación de Bashar al-Assad como presidente de la República Siria.

La situación de Hezbolá es un tanto sui-géneris, es un partido político con representación parlamentaria en el Líbano teniendo a su vez una rama militar, esta última está incluida en la lista de la Unión Europea de personas, grupos y entidades implicados en actos terroristas y sujetos a medidas restrictivas[5]. Su afiliación religiosa con Irán está en relación a la extraterritorialidad en materia religiosa que mantiene con la República Islámica iraní, por ello aunque es un partido político libanés su credo religioso es el chiismo duodecimano (izna ashar) que es el que prevalece en Irán. Su representante espiritual es en este caso Alí Jamenei líder supremo de Irán y representante político del poder religioso a través de la teoría política del wilayat al faqih (gobierno del jurisconsulto)[6] creada por Jomeini[7]. Debido a esta fidelidad político-religiosa con Irán, Hezbollah colabora activamente con diversas milicias chiíes pro-iraníes de Afganistán, Paquistán e Iraq en el conflicto Sirio combatiendo en el terreno.

Irán extiende su influencia apoyando a las comunidades chiíes de la región y al-Assad en Siria, que ideológicamente también se siente ligado a Irán a pesar de que práctica el rito alaui, este proviene del chiismo septimano, ya que uno de las figuras más importantes del chiismo duodecimano de origen iraní, Musa al-Sadr[8] presidente del Alto Consejo Islámico chií libanés realizó un pacto en 1973 por el cual integraba a los alauíes bajo la jurisdicción del consejo chií. Esto legitimaba religiosa e ideológicamente la unión del alauismo con el chiismo duodecimano, es decir, unía los intereses chiíes con los sirios.

El punto de inflexión en Siria ha sido el cruento asedio a la ciudad de Alepo, los incesantes bombardeos rusos que apoyan al régimen de al-Assad  han acabado con la vida de cientos de civiles. El régimen y Rusia se escudan en el hecho de que desean eliminar las facciones terroristas y yihadistas de la oposición, olvidando que todas las milicias apoyadas por Irán y que luchan al lado del régimen son también yihadistas. Por su parte, la oposición al régimen demanda más libertad y un cambio político en el país, aunque es cierto que entre las agrupaciones que forman la oposición hay algunas islamistas radicales que no deben formar parte. Apartado de estos dos frentes se encuentra el Estado Islámico, formación islamista radical-violenta yihadista cuyo califato controla una gran extensión de territorio en Siria con la capital en Raqqa, y que es el principal objetivo de la oposición de la coalición internacional y de la formada por Arabia Saudí para erradicarlo. Todos estos factores convierten la guerra en Siria en un conflicto regional e internacional.  Arabia Saudí y otros países suníes de la región como Qatar apoyan a la oposición contra al-Assad, desean contener la influencia chií iraní en la zona, por ello Siria es un escenario geográfico e ideológico clave en la actualidad donde la tensión chií-suní es palpable y está costando la vida de miles de personas y el desplazamiento de millones de Sirios.

La Primavera Árabe ha quedado relegada al enmudecimiento, el ansia de democracia extirpada y el autoritarismo de los líderes árabes reforzado además del de países como Irán. El radicalismo aumenta por la frustración de aquellos que se ven inmersos en guerras como la de Siria o Yemen. Astana ha sido el escenario de la conferencia de paz para el conflicto sirio, se produjo el 23 y 24 de enero con la intención de encontrar una solución; el país se encuentra con un alto el fuego que el régimen está violando en distintas partes del territorio. La conferencia supone un intento de sentar en la misma mesa a la oposición y al régimen, las potencias que se imponen para dirimir el conflicto son Turquía, Irán y Rusia. A finales de febrero volverán a reunirse en Ginebra.

https://youtu.be/W5wjhulYi-Y

Hana Jalloul Muro

Doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid, Profesora en la Universidad Carlos III y Profesora Colaboradora del Grado en Relaciones Internacionales de la VIU

Referencias:

[1] No existe una definición concreta del término Oriente Próximo, en nuestro caso incluimos Egipto, a veces se encuentran incluidos  otros países del norte de África como Libia y Sudán, pero no es lo más común.

[2] Integrado por Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Catar, Omán, Bahréin y Arabia Saudí.

[3] También se puede encontrar en la prensa escrita como hutíes.

[4] País con mayoría chií duodecimana.

[5] Dicha lista se encuentra en el Diario Oficial de la Unión Europea, 13/7/2016. DECISIÓN (PESC) 2016/1136 DEL CONSEJO de 12 de julio de 2016. Disponible en http://eur-lex.europa.eu/legal-content/es/TXT/PDF/?uri=CELEX:32016D1136&qid=1474969819578&from=EN [Página consultada el 12/01/2017]

[6] A pesar de que esta teoría político religiosa no está secundada por todos los chiíes. De este modo personalidades religiosas relevantes, fuentes de emulación/marjaas  en el chiismo duodecimano, se desmarcan de la misma.

[7] Algunos autores como Luz Gómez comentan que antes que Jomeini está teoría había sido  expuesta por Mulá Ahmad Naraqi en el S.XIX,Gómez García, L. Diccionario de Islam e islamismo. Espasa Calpe. Madrid. 2009.p.344. Y según  Esposito fue Murtada Ansari (m.1864) el que desarrolló la noción del “rol del jurista” ESPOSITO, John L., (ed),The Oxford dictionary of Islam. Oxford University Press, New York, 2003.p.21.

[8] Fundó el Consejo Superior islámico Chií, del que fue presidente desde 1969. En 1974 creó el movimiento de los desheredados (haraket al-mahroumin) y también fundaría al año siguiente el ala militar del mismo movimiento, los Batallones de la Resistencia Libanesa (Afuay all-Muqawama al Lubnaniya), cuya abreviación se conoce como AMAL. Desapareció en Libia en 1978.